Crónica HellFest 2024 | Un infierno musical que te acerca al cielo (Parte 1)
¡Queridos Madafackas, otro año más disfrutando de uno de los grandes Open Air europeos! Lo que voy a compartir con vosotros es una aventura épica digna del mejor grupo de héroes a las órdenes del metal, y narrada en las mejores tabernas por el juglar rockero del pueblo, así que levantad vuestra bebida espirituosa, acompañadme y, recordad, si queréis vivir vuestra propia aventura en 2025, rezad al Dios al que adoréis, o haced un pacto con un demonio para conseguir billete, pues las entradas se han agotado una hora después de ponerlas a la venta. 55.000 peregrinos ya tienen su boleto.
Pero lo que nos ocupa es la edición del 2024 donde decidí embarcarme en un viaje musical junto a mi compañera fotógrafa Ami Abdien, que nos llevó desde A Coruña hasta el corazón del heavy metal: el HellFest 2024. Allí nos esperaba nuestro agente infiltrado y gran amigo, Jaime García, para plasmar entre ellos dos los grandes momentos vividos. Agarrad vuestras guitarras imaginarias y acompañadme en este relato cargado de riffs, adrenalina y mucho, mucho amor por la música.
Como os decía, todo comenzó en A Coruña, donde mis amigos y yo nos reunimos con nuestras maletas llenas de ropa negra y nuestra mejor actitud. Tomamos el coche y nos dirigimos a Oporto. El viaje estuvo lleno de risas, cantos desafinados y alguna que otra parada para hidratarse y llenar el estómago con los increíbles y sabrosos bocatas de estación de servicio. Oporto nos recibió con su encanto de siempre, pero no podíamos perder mucho tiempo; nuestro vuelo a Nantes nos esperaba. La hora y media de vuelo fue una experiencia en sí misma. Nos encontramos con otros viajeros rumbo a nuestro mismo destino HellFest, reconocibles por sus camisetas de bandas legendarias y por terminar en tan poco tiempo la cerveza de la bestia mecánica voladora. Empezamos a hablar de nuestras bandas favoritas y de lo que esperábamos del festival. Al aterrizar en Nantes, ya nos sentíamos como una gran familia.
Decidimos quedarnos una semana en Nantes para aprovechar y conocer, otra vez, la ciudad antes del festival. ¡Y vaya que fue una buena decisión! Nantes es una ciudad llena de vida, con una mezcla perfecta de historia y modernidad. Nos perdimos por sus calles, visitamos el impresionante Castillo de los Duques de Bretaña y probamos todas las variedades de crepes que pudimos encontrar. El miércoles, aprovechando que el festival abría sus puertas a la zona de restauración y para poner la pulsera, hicimos una escapada al pintoresco pueblo de Clisson. Este lugar parece sacado de un cuento, con su castillo medieval y sus paisajes verdes. Pero lo que más nos emocionaba era saber que al siguiente día, este tranquilo pueblo se transformaría en el epicentro de la música extrema.
El momento que tanto habíamos esperado finalmente había llegado. Con el corazón latiendo a ritmo de doble bombo, estábamos listos para sumergirnos en el universo del HellFest. No podíamos contener la emoción mientras nos dirigíamos hacia el recinto del festival, sintiendo que estábamos a punto de vivir algo realmente épico. El ambiente estaba cargado de energía, y sabíamos que los próximos cuatro días serían una montaña rusa de emociones y música a todo volumen. Con la adrenalina a tope y nuestras expectativas por las nubes, nos preparamos para entrar. ¡Que comience el festival!
JUEVES 27
En el umbral del reino infernal, con el sol ocultándose y los cielos teñidos de rojo, comenzó un nuevo capítulo de la saga HellFest. Los guerreros de la música se alistaron, y el rugido de la multitud anunció el inicio de una batalla sonora que resonaría a través de los tiempos. Primero, en el gran escenario, apareció Asinhell, proyecto del líder de Volbeat, portando estandartes de death metal clásico. Con cada golpe del bombo y cada riff ensordecedor, invocaron la furia de los dioses antiguos desde el primer tema Desert of Doom. La muchedumbre, como una marea oscura, se unió en un ritual frenético, sintiendo en cada nota la llamada a la guerra. Los acordes de Asinhell eran espadas, y sus letras, gritos de batalla. Nos quedamos hasta el cuarto tema Inner Sancticide, antes de acudir al rincón más oscuro del reino, donde los guerreros de Wormrot se alzaron, con la bandera del grindcore. Como bestias desatadas, lanzaron un asalto brutal que dejó a la multitud sin aliento: Fallen Into Disuse, Sledgehammer, Eternal Sunshine of the Spotless Grind, Hollow Roots y Outworn no faltaron. Su música, rápida y despiadada, era un torbellino que arrastraba a todos a su paso, un recordatorio de que en la oscuridad también hay poder. Destacar el cierre del concierto, cuando el cantante invitó a una pequeña criatura del averno, de apenas 50 kg. y con una tez angelical, que gritaba de una manera que helaba la sangre.
El manto del astro sol cubría el festival cuando Morne se adueñó del escenario. Sus melodías, cargadas de doom y post-metal, eran como cánticos fúnebres que resonaban en las almas de los presentes. La atmósfera se tornó solemne, mientras cada nota pesada y cada lamento musical nos envolvía en una melancolía majestuosa con temas como Untold Wait, Not Our Flame o Edge of the Sky. El underground francés es de lo mejor a nivel europero. El caos volvió a reinar cuando Slaughter to Prevail desató su brutal deathcore en el inicio de Bonebreaker. Su líder Alex The Terrible, con su máscara demoníaca, parecía un dios oscuro que guiaba a sus fieles en un frenético culto al metal extremo. Los gritos guturales y los breakdowns demoledores hicieron temblar la tierra, y el público se sumergió en una vorágine de destrucción controlada, que tuvo su punto culmen con el mayor wall of death registrado a nivel mundial, sonando Demolisher de fondo.
(Dolch) emergió de las sombras e hizo descender el ritmo cardíaco, trayendo consigo una neblina de misterio. Con su estilo oscuro y atmosférico, lanzaron un hechizo que hipnotizó a todos. Sus melodías eran susurros de fantasmas, y su presencia, una danza espectral que atrapó los sentidos y nos llevó a un reino etéreo acompañándonos en el viaje Bahrelied, Licht o Burn. Finalizado el encantamiento y en el escenario situado al lado, como una tormenta desértica, Brujeria irrumpió en escena. Sus letras, cargadas de rebeldía y crítica, eran como dagas lanzadas al corazón del sistema con clásicos como Matando güeros, Brujerizmo, Marcha de odio o la más reciente Mochado. La mezcla de death metal y grindcore, aderezada con sus letras en español, creó una energía única que hizo vibrar a la multitud. Era una llamada a la resistencia, una voz de la insurgencia que nadie pudo ignorar.
Sylvaine tomó el relevo, trayendo consigo la delicadeza del blackgaze. Sus sutiles vocales y los paisajes sonoros envolvieron al público en un abrazo místico. Era un respiro melódico, un momento para soñar y perderse en un mar de emociones antes de volver al torbellino del festival. Desde el inicio con Earthbound hasta el cierre con Eg Er Framand no dejamos de fantasear despiertos. Momento de caminata al campo de batalla del Valley, descendimos a las profundidades del infierno musical, donde Graveyard desenterró los tesoros del pasado con su mezcla de hard rock y blues. Sus riffs nostálgicos y su energía cruda transportaron a todos a una época dorada del rock, donde los espíritus de los grandes del pasado volvían a la vida para una última danza. Posiblemente de los músicos de más calidad de todo el festival, como demostraron con sus ya clásicos Hisingen Blues o The Siren, dejando Ain’t Fit to Live Here para el apoteósico final.
Y finalmente, como los héroes de una epopeya, Avenged Sevenfold, ascendió al escenario principal. Con su mezcla de metalcore y hard rock, conquistaron a la multitud desde que la intro Nightcall resonó en todo el valle, con un espectáculo digno de leyenda. Cada solo de guitarra, como el de Afterlife, era una flecha certera, cada coro, sobre todo en Hail to the King, un estandarte alzado, y canciones como Buried Alive, Nobody o Save Me, eran un nuevo capítulo de gloria. Los fuegos artificiales iluminaron el cielo, y el rugido de los fans se elevó como un himno eterno, sellando el primer día del HellFest en los anales de la historia. Con los ecos de las últimas notas aún resonando nos retiramos, sabiendo que habíamos sido testigos de un día épico. Pero la historia no había terminado; al contrario, apenas comenzaba. La aventura continuaría al día siguiente, y nosotros estábamos preparados para enfrentar lo que el infierno musical tuviera que ofrecer.
VIERNES 28
Al despuntar el alba, el sol se alzó en el horizonte, anunciando el segundo día de nuestro viaje en el reino del HellFest. Los ecos de la jornada anterior aún resonaban en nuestros oídos, pero el hambre de metal nos impulsaba a continuar. La primera banda en levantar su emblema fue Houle. Con su estilo atmosférico, tejieron un manto de misterio que envolvió a la multitud. Sus notas eran como un hechizo matutino, a destacar su tema Le continent, preparando el terreno para las épicas batallas musicales que estaban por venir. De las profundidades del hielo surgió Imperial Crystalline Entombment, portando un black metal tan frío como el invierno más gélido. Sus acordes helados y voces demoníacas nos transportaron a un paisaje de desolación invernal, donde solo los más fuertes sobrevivían. La brutalidad de su actuación dejó a todos con la piel erizada y los sentidos agudizados. Llevaban más de 20 años sin subirse a los escenarios. Con la fuerza de mil tormentas, The Acacia Strain irrumpió en escena. Su deathcore implacable fue un golpe directo al corazón, una descarga de energía que sacudió a la multitud. Cada breakdown era como un martillo.
La atmósfera cambió con la llegada de Karnivool, quienes trajeron consigo un aire progresivo. Sus complejas melodías y ritmos intrincados eran un desafío para los sentidos, un laberinto sonoro en el que nos perdimos voluntariamente en temas como All It Takes, Set Fire to the Hive o New Day. Era un respiro introspectivo en medio del caos, una pausa para la reflexión antes de volver al combate capitaneados por Ereb Altor, donde continuó la saga con su épico viking metal. Sus canciones, llenas de mitos y leyendas nórdicas, tales como Nifelheim, eran cánticos de guerra que nos recordaban la gloria de los antiguos guerreros. La muchedumbre, como un ejército unido, coreaba junto a ellos temas como Ulfven o Myrding, sintiendo el espíritu de los vikingos resonar en cada nota. En un rincón del infernal reino donde nos encontrábamos disfrutando, Lofofora desató su furia con su mezcla de metal y punk. Sus letras cargadas de crítica social eran como flechas envenenadas, y su energía, un fuego inextinguible. La multitud se agitaba y respondía con fervor, unidos en un grito de rebeldía, comandados por himnos como Macho blues, Bonne guerre o el cierre con Justice pour tous.
Klone llevó a los presentes a un viaje sonoro con su metal progresivo. Sus canciones eran como epopeyas, llenas de giros inesperados y vibrantes parajes de variada belleza. La multitud, cautivada, se dejó llevar por la corriente musical, flotando en un mar de emociones y sonidos. El rugido de las máquinas anunció la llegada de Fear Factory. Con su industrial metal, nos sumergieron en un futuro distópico desde el inicio con What Will Become?, donde la lucha contra las máquinas era constante. Sus riffs afilados y ritmos mecánicos nos hicieron sentir como aguerridos guerreros en una batalla cibernética, listos para enfrentar cualquier desafío que nos proponían con Edgecrusher, Demanufacture o Zero Signal. Mork, con su black metal crudo de la vieja escuela, nos llevó de vuelta a las raíces del género. Su actuación fue un ritual oscuro, una oración dedicada a los espíritus de la noche. Las sombras humanas que acudían al rezo, se movían al ritmo de su música, entregándose por completo a la oscuridad.
Einar Solberg, con su presencia carismática, ofreció un respiro melódico. Sus composiciones, llenas de emociones y virtuosismo, eran un oasis de calma en medio del tumulto. La multitud, cautivada, se dejó envolver por su voz y sus melodías, sintiendo cada nota como un susurro al alma. La artillería pesada llegó con Kanonenfieber, cuyo blackened death metal fue una explosión de energía y poder. Sus letras, cargadas de historias bélicas, resonaron como tambores de guerra, incitando a la multitud a unirse en una marcha implacable hacia la victoria. Ne Obliviscaris llevaron el metal a nuevas alturas con su virtuosismo y su fusión de estilos. Sus canciones eran epopeyas musicales, llenas de cambios de ritmo y pasajes instrumentales que desafiaban la imaginación. La multitud, como un solo ser, se dejó llevar por la marea de sonidos, sintiendo cada momento como un capítulo de una historia épica.
El rap metal de Clawfinger trajo una nueva energía al festival. Sus letras directas y su ritmo contagioso hicieron que el Mainstage saltara y coreara sin descanso. Era un grito de unión y resistencia, una llamada a la acción que nadie pudo ignorar. Con el manto de la noche, Satyricon ascendió al escenario. Su black metal creó un hálito de secretismo y poder, transportando a todos los presentes a un mundo de sombras y arcaicas ceremonias. Cada canción era un conjuro, cada nota, una chispa en la oscuridad, como demostraron desde los primeros compases de To Your Brethren in the Dark, hasta sentir alejarse las últimas notas de K.I.N.G. Emperor, los señores del black metal sinfónico, nos llevaron a un imperio donde reina la majestuosidad y la penumbra. Sus composiciones de sobra conocidas y su presencia imponente encima del escenario hicieron vibrar a la multitud, que se dejó llevar por la grandeza de su música. Era como presenciar la ascensión de una superpotencia oscura, donde cada canción era un decreto de poder. Sonaron todos sus clásicos: I Am the Black Wizards, Inno a Satana, The Loss and Curse of Reverence y Ye Entrancemperium.
Los colosos de Machine Head hicieron temblar la noche con una actuación devastadora. Su groove metal, lleno de fuerza y rabia, fue un asalto directo a los sentidos. Todos los asistentes del escenario principal, incansables, respondimos con igual intensidad, formando un mosh pit que parecía no tener fin. Cada riff, cada solo, era la definición de potencia y resistencia, pues el concierto no fue precisamente corto, gracias a lo cual disfrutamos de temazos; a destacar Imperium, Locust, Davidian y la despedida con Halo. Finalmente, Fu Manchu nos llevó a un viaje psicodélico con su stoner rock. Sus riffs densos y su atmósfera relajada eran el cierre perfecto para un día lleno de todo tipo de música, desde la más extrema a la que relaja los sentidos. Exhaustos pero satisfechos, nos dejamos llevar por la marea de sonidos, sabiendo que habíamos sido testigo de algo realmente especial. Evil Eye, California Crossing, Laserbl’ast!… no se dejaron nada en el tintero.
Con el espíritu elevado y los corazones llenos de música, nos retiramos a descansar, sabiendo que el HellFest aún tenía mucho más que ofrecer. La saga continuaría al día siguiente, y nosotros estábamos listos para enfrentarlo con la misma pasión y energía, como podréis comprobar en la segunda parte de esta aventura sónica.
Crónica: Alexis Montans
Fotógrafos: Amina Abdien / Jaime García
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