Crónica HellFest 2024 | Un infierno musical que te acerca al cielo (Parte 2)

¿Quien nos diría hace unos cuantos años, que en un futuro no tan lejano al que ahora llamamos presente, la música extrema se convertiría en el corazón palpitante de la resistencia? En un mundo dominado por tecnologías opresivas y megacorporaciones sin alma, festivales como HellFest son los últimos bastiones de libertad y expresión pura. Los riffs de guitarra y los guturales desgarradores dominarían Clisson alzándose sobre los cantos de las aves y los susurros del viento, llenando el aire con una energía eléctrica que solo aquellos que vivían y respiraban el metal podían comprender.

 

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Sábado 29: La Sinfonía del Caos

El sábado amaneció gris y pesado, con nubes negras colgando como una amenaza sobre nuestras cabezas. La lluvia comenzó a caer con una persistencia inquietante, empapando el terreno y transformándolo en un pequeño lodazal con el paso de las horas. Pero ni siquiera el diluvio podía apagar el fervor de los asistentes del HellFest. Armados con capas impermeables y botas de combate, estábamos listos para enfrentarnos a cualquier adversidad que el clima nos lanzara. La música no se detendría, y nosotros tampoco.

Konvent fue la primera banda en desafiar la tormenta. Sus pesados riffs de doom metal resonaron a través del lodo, sus acordes oscuros y graves contrastando con el estruendo de la lluvia. Sus voces guturales eran el grito de una humanidad que no se rendía, una llamada a todos los presentes para mantenerse firmes frente a la adversidad. Una de las bandas que más interés suscitaba en mi persona y de la que salí encantando, sobre todo cuando comenzaron a sonar los acordes de Puritan Masochism. A continuación, Alien Weaponry tomó el escenario, trayendo consigo la furia y el orgullo de sus raíces maoríes. Sus poderosos ritmos y letras en te reo Māori eran como un eco ancestral que atravesaba el tiempo, recordándonos que la lucha por la identidad y la cultura es eterna. A pesar de la lluvia, el público respondió con una energía inigualable, formando un haka improvisado que electrizó el ambiente. Wayfarer, con su mezcla de black metal y folk americano, nos transportó a un futuro post-apocalíptico donde las historias del viejo oeste se mezclan con la brutalidad moderna. Su música era un viaje a través de un desierto desolado, donde cada nota era un recordatorio de la belleza y la dureza de la vida.

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La lluvia, aunque no tan intensa, no cesaba. Brutus subió al escenario con una determinación feroz. Su estilo tan peculiar, una amalgama de post-hardcore y punk, nos mantuvo en movimiento a pesar del barro que se acumulaba. La voz poderosa de Stefanie Mannaerts, combinada con su habilidad en la batería, creó una atmósfera cargada de emoción y resistencia. Comenzaron con su himno War y nos mantuvieron encandilados hasta el cierre con Sugar Dragon. Cuando el logo de Legion of the Damned apareció ante nuestros ojos, la oscuridad del thrash y death metal se apoderó del recinto. Sus letras apocalípticas y su energía implacable se alineaban perfectamente con el ambiente distópico, y cada riff era como un golpe de martillo sobre el yunque de la resistencia. Sorprendieron con un setlist donde no tocaron sus canciones más conocidas.

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Skálmöld trajo consigo el espíritu de los antiguos vikingos. Con su folk metal islandés, llenaron el aire con historias de dioses y guerreros. Sus melodías épicas resonaban como un faro de esperanza en medio de la tormenta, un recordatorio de que, incluso en los tiempos más oscuros, la gloria y el honor siempre prevalecen. Nos encontrábamos ante otra elección de temas sorprendente, donde no sonaron sus canciones más conocidas, Kvaðning y Gleipnir. Kvelertak irrumpió en la escena con su explosiva mezcla de rock ‘n’ roll y black metal. Su energía era contagiosa, y el público se entregó por completo a la furia de su música. Los coros y riffs acelerados eran un torrente de adrenalina que nos impulsaba a seguir adelante, sin importar las condiciones. A medida que los últimos acordes de Bråtebrann resonaban en nuestros cerebros, la potencia del martillo de los Dioses golpeaba con toda su fuerza, descargando todo su poder sobre los escenarios en forma de tormenta sin fin.

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The Haunted trajo su thrash metal sueco al escenario. Sus canciones eran balas de alto calibre disparadas directamente a nuestras almas, llenas de rabia y desesperación, perfectas para el clima apocalíptico en el que nos encontrábamos. Tardaron más de lo esperado en tocar la canción que la mayoría estaba deseando escuchar en directo, dejando casi para el final Bury Your Dead. La liturgia de Corvus Corax apareció como una ráfaga de aire fresco, con su música medieval que resonaba como una celebración en medio del caos. Sus instrumentos tradicionales y su energía festiva nos transportaron a una época donde la música era el centro de la vida y la comunidad. A pesar de la lluvia, sus melodías nos levantaron el ánimo y nos hicieron bailar en el barro.

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Chelsea Wolfe nos trasladó a un sitio sombrío y atmosférico con su doom folk. Sus canciones eran como himnos de una era post-industrial, donde cada nota era un lamento y cada palabra, una poesía oscura. Su presencia en el escenario era hipnótica, y a pesar de la lluvia torrencial, su música nos envolvía en un abrazo melancólico. Cuando todos los asistentes nos esperábamos Feral Love como cierre, sorprendió sonando al principio. Imposible no disfrutar del resto de concierto. La energía cambió con Nekromantix, cuyo psychobilly frenético nos hizo olvidar el frío y el lodo, para algo se inventó la lavadora. Sus letras macabras y su ritmo contagioso transformaron el escenario en una fiesta infernal. La multitud, empapada pero eufórica, saltaba y se movía al ritmo de su inconfundible contrabajo en forma de ataúd.

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Skyclad y su folk metal hicieron su aparición sobre e escenario, con letras ingeniosas y melodías pegajosas. Sus canciones eran como historias contadas alrededor de una hoguera en tiempos antiguos, llenas de sabiduría y humor. A pesar de la tormenta, su música nos hizo sentir cálidos y unidos, como una gran familia de metaleros. La noche se acercaba cuando Mr. Bungle tomó el control. Su eclecticismo y virtuosismo musical nos llevaron por un viaje a través de géneros y estilos, rompiendo todas las convenciones. Su actuación era un espectáculo en sí misma, una celebración de la creatividad y la libertad que solo el metal puede ofrecer. Desde el inicio con música clásica mientras Mike Patton, Dave Lombardo, Scott Ian y el resto de la banda tomaba posiciones, con clásicos como Loss of Control de Van Halen, Hell Awaits de Slayer, Territory de Sepultura. Presenciamos uno de los mejores y más únicos conciertos de nuestras vidas. Finalmente, Eivør cerró la jornada con su voz etérea y su mezcla de folk y electrónica. Sus canciones eran como hechizos lanzados al viento, llenas de una belleza melancólica que resonaba profundamente en nuestros corazones. A pesar de la lluvia, su música nos transportó a un mundo de ensueño, un refugio temporal del caos que nos rodeaba en forma de barro, suciedad, dolores musculares y cansancio. Quedaba una jornada por delante y las previsiones meteorológicas iban a dar un giro de 180º.

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Domingo 30: El Amanecer de la Resiliencia

El último día del HellFest 2024 amaneció con un resplandor dorado, como si el sol mismo quisiera recompensar nuestra resistencia ante la tormenta del día anterior. Las nubes oscuras se habían desvanecido, y el cielo azul se desplegaba sobre Clisson, iluminando el escenario y el terreno con una calidez renovada. La lluvia había dejado su huella, pero los espíritus estaban más altos que nunca. El barro y los charcos eran testigos de la épica jornada que habíamos vivido, pero nada podría detenernos. Después de tres días de intensidad extrema, decidimos recargar energías por la mañana. Nos adentramos en el recinto tras el almuerzo, la historia aún no había terminado.

Llegamos al festival para encontrarnos con los poderosos acordes de Yoth Iria. Su black metal helénico resonaba con una furia ancestral, invocando energías primordiales. Cada riff era como una llamarada de Muspelheim, encendiendo los corazones de los presentes y preparándonos para el día que teníamos por delante. Therapy? continuó la jornada con su mezcla de rock alternativo y punk. Su energía y letras provocadoras encendieron a todos los que estábamos presenciando su arte y nos dejamos llevar por su ritmo contagioso, formando una ola de resistencia y entusiasmo que atravesaba el campo de batalla musical. Cambiamos de estilo pero no de intensidad, cuando Shadow of Intent tomó el escenario. Su deathcore sinfónico fue un asalto brutal y melódico, un recordatorio de que incluso en el futuro más oscuro, la belleza puede surgir de la destrucción. Las guturales voces y los intrincados solos de guitarra eran como una sinfonía de guerra, resonando en las profundidades de nuestras almas.

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Show me The Body trajo un cambio de ritmo con su hardcore punk experimental. Su sonido crudo y visceral se mezclaba con la atmósfera cargada de electricidad, creando un espectáculo frenético que nos mantuvo en movimiento. Era una descarga de adrenalina pura, perfecta para recargar nuestras energías en medio del calor del día. Mención especial a la versión de Sabotage, de los Beastie Boys. La furia de Wiegedood se sintió a continuación, con su black metal atmosférico que evocaba paisajes desolados y tormentas emocionales. La multitud se dejó llevar por la intensidad de su música, sintiendo cada acorde como una llama que quemaba dentro. A medida que el sol alcanzaba su cenit, Royal Blood subió al escenario. Su poderoso dúo de bajo y batería llenó el aire con una energía que era tanto visceral como melódica. Sus canciones, con ritmos pegajosos y una actitud desafiante, eran un recordatorio de que la simplicidad y el poder del rock pueden levantar el ánimo y unir a las masas.

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La brutalidad regresó con The Black Dahlia Murder, cuyo melodeath fue una explosión de velocidad y técnica. Sus complejas composiciones y su entrega implacable encendieron la atmósfera. A destacar Funeral Thirst, Statutory Ape y Miasma. El escenario se transformó en un altar místico para recibir a Batushka. Con una atmósfera que evocaba los rituales más oscuros y antiguos, la banda polaca emergió entre velas y símbolos eslavos, trayendo consigo un aura de misterio y solemnidad. Batushka no es solo una banda; es una experiencia espiritual y visual. Con sus vestimentas monacales y una iconografía que recuerda a la liturgia ortodoxa, cada miembro de la banda parecía un sacerdote oficiando un ritual arcano. El incienso llenaba el aire, y las velas parpadeaban como testigos silenciosos de lo que estaba por suceder. No solo tocó música; contaron una historia a través de su arte. Una narrativa de lucha y redención, de luz y oscuridad, donde cada canción era un capítulo de un libro sagrado perdido en el tiempo. La intensidad de su actuación fue palpable, y el público, en un trance colectivo, respondió con una energía casi reverencial. Siguió el misterio, pero en forma de electrónica con (Crosses), que trajeron un respiro con su sonido atmosférico y envolvente. Sus melodías etéreas y ritmos electrónicos crearon un ambiente de ensoñación, un oasis de calma en medio de la tempestad metálica. La multitud se dejó llevar por la suavidad de su música, encontrando un momento de paz antes del siguiente asalto sonoro. El proyecto de Chino Moreno funciona a las mil maravillas en directo.

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Tiamat llegó con su doom metal gótico, tejiendo una narrativa oscura y melancólica. Sus canciones nos llevaron a un viaje introspectivo. Era como si cada nota abriera una puerta a los rincones más oscuros de nuestro ser, iluminados por las llamas de Surtur. En el cierre con Gaia todos fuimos abrazados por esa madre tierra que siempre cuida de sus inquinilos, aunque nos dediquemos a intentar destrozarla. La ferocidad de I Am Morbid tomó el relevo, trayendo los clásicos de Morbid Angel a la vida con una intensidad renovada. Su death metal implacable era un asalto a los sentidos, cada riff una explosión de poder. La multitud respondió con un mosh pit que parecía un remolino de fuego, una celebración de la brutalidad y la energía pura del metal.

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Llegó el momento que tantos estábamos deseando desde el pistoletazo de salida, al fin pisaban Foo Fighters el Main Stage del HellFest. Habíamos sido testigos de rituales oscuros, descargas de adrenalina y explosiones de poder durante todo el día, pero el clímax final aún estaba por llegar. La multitud rugió cuando Dave Grohl y su banda tomaron sus posiciones, listos para cerrar el festival con una explosión de rock. Comenzó a sonar All My Life y desde el segundo cero, la conexión entre la banda y el público fue palpable. La energía de la banda, combinada con la emoción de los asistentes, creó una atmósfera eléctrica que resonó en cada rincón del recinto. Foo Fighters continuó con una serie de éxitos que hicieron vibrar el suelo bajo nuestros pies. The Pretender llevó a la multitud a un frenesí, con todos cantando al unísono cada palabra del estribillo. Grohl, siempre el showman, interactuaba constantemente con el público, agradeciendo la pasión y el amor de los fans, y prometiendo que este no sería su último encuentro. El set continuó con clásicos como Times Like These, The Sky Is a Neighborhood o Learn to Fly. Cuando comenzó Everlong, el himno que ha cerrado tantos conciertos memorables, la multitud quedó en un estado de asombro y emoción. Las luces se atenuaron y, en sincronía con la música, un espectacular despliegue de fuegos artificiales iluminó el cielo nocturno. Explosiones de color y luz estallaban sobre nuestras cabezas.

El HellFest 2024 había sido una odisea de sonidos y emociones, una prueba de resistencia y pasión que culminó en un final épico. Mientras nos dirigíamos hacia la salida, sabíamos que este no era un adiós, sino un hasta luego. Estábamos listos para volver en 2025.

 

Crónica: Alexis Montans/Amina Abdien

Fotógrafos: Jaime García/Amina Abdien