Motocultor Festival 2025: Cuando la oscuridad resuena en el campo bretón
En los rincones húmedos y verdes del oeste de Francia, donde la bruma parece susurrar secretos olvidados y los árboles se inclinan como si portaran la carga de mil años de historia, algo más que el silencio florece cada verano. Allí, entre los páramos de Carhaix, región elegida para acoger la furia sónica del Motocultor Festival, se levanta un santuario en honor a la música en directo, donde todos son bienvenidos y los cuatro días se hacen cortos, pero los riffs duran para toda la eternidad.
Desde 2007, este festival ha sido un punto de encuentro para quienes no temen mirar la oscuridad a los ojos. Este año, 2025, presenta la edición más ambiciosa hasta la fecha, con un cartel que se lee como una biblia blasfema de música extrema. La diversidad de géneros que van desde el death melódico al black, del thrash más visceral al stoner hipnótico, son un reflejo del caos ordenado que gobierna la escena. Pero Motocultor no es sólo un festival, es una declaración de principios. Una mancha negra en el mapa, una anomalía en la rutina veraniega. Situado en una zona rural en Bretaña, caracterizada por colinas suaves, cielos encapotados y un viento que huele a océano y a humo, como si estuvíeramos presenciando algo dibujado por Alan Moore en una tarde especialmente nihilista. Aquí no hay filtros de Instagram, solo volumen y una comunión ancestral alrededor de un altar de amplificadores.
Durante el día, antes de que las primeras guitarras abran cicatrices en el cielo, los visitantes pueden explorar los bosques que rodean Carhaix, o dejarse seducir por el patrimonio celta de la región. La Foret de Huelgoat, un lugar que parece haber sido arrancado de un grimorio medieval, ofrece rutas envueltas en niebla y leyendas. Otros buscarán redención en las cervecerías locales, probando hidromiel artesanal y otras bebidas. Para los más audaces, las playas del Atlántico están a un corto viaje en coche: perfectas para contemplar la marea y preguntarse si el apocalipsis será azul o negro. La atmósfera es una mezcla de distopía y ritual tribal. Personas de todas partes de Europa acuden con sus chalecos de parches, botas gastadas y miradas perdidas que esconden historias de resistencia, trauma y redención. Hay mercados de vinilos, puestos de tatuajes, espectáculos de fuego, conferencias sobre ocultismo musical, y zonas donde la hierba no crece porque ha sido pisoteada por generaciones de fieles que bailaron como si la música pudiera detener el tiempo.
La atmósfera es una mezcla de distopía y ritual tribal. Personas de todas partes de Europa acuden con sus chalecos de parches, botas gastadas y miradas perdidas que esconden diferentes historias siempre girando en torno a la música . Hay mercados de vinilos, puestos de tatuajes, espectáculos de fuego y zonas donde la hierba no crece porque ha sido pisoteada por generaciones de fieles que disfrutan cada Agosto como si la música pudiera detener el tiempo. Y cuando cae la noche, y el cielo se tiñe de púrpura sucio y rojo nuclear, el Motocultor revela su verdadero rostro. No es un simple festival. Es una grieta. Un lugar donde las máscaras se caen y queda solo lo esencial, el metal no como entretenimiento, sino como forma de vida.
Agosto se acerca. El mundo sigue girando, con sus guerras, sus notificaciones infinitas y su silencio en las cosas que importan. Pero hay un lugar donde el ruido tiene sentido. Donde cada grito es un rezo. Donde la lluvia no moja: bendice. Donde lo humano y lo monstruoso bailan bajo la misma luz estroboscópica. Podéis quedaros en casa, claro. Podéis ver cómo el verano se desvanece en selfies sin alma. O podéis aventuraros con Madakackismo Underground a Bretaña; en nuestra segunda incursión anual a Francia, tras nuestro viaje en Junio al HellFest. Y si no nos acompañáis, tranquilos, cuando regresemos victoriosos os contaremos todo acompañado de las mejores fotografías. ¡Sentiréis lo que fue estar allí Madafackas!
