Memorias del Subsuelo | Se busca voz para grupo de rock

-Me gustaría ir por el mundo haciendo el pobre, pero soy pobre. -y apuró el cigarrillo.

El otro lo miraba con una expresión indiferente, quizás de superioridad. No importaba, había que tragar con todo aquello. Al fin y al cabo, era un trabajo como cualquier otro.

-¿Vamos?

-Venga, tú primero.

Pasaron hacia dentro y dejaron fuera el tronar ensordecedor de las chicharras. Hacía un calor insufrible y sudaba, sobre todo sus manos. No sabía si eso iba a salir bien tal y como estaba: estúpidamente nervioso. Cogió aire y penetró en la oscuridad del recinto.

Al cabo de unos pasillos, llegaron al estudio. El ambiente era como el de todos los lugares de esa clase. El olor era agradable, como de madera barnizada. Le parecía un misterio cómo se generaba aquel sabor en el aire: mezcla se sudor, cerveza y guitarras.

-Este es Felipe. Viene a hacer la prueba.

El grupo no tocaba en ese momento, pero estaban colocados como si fueran a ensayar otro trema. Primero saludó al batería, un tipo gordo y malcarado. Luego al bajista, pelo largo y con una cara bastante horrible. El guitarra, también feo, pero con el pelo corto. El que lo había recibido en la puerta era un amigo. Buscaban una voz para la formación.

Saludó a todos. Estaban un poco nerviosos, pero actuaban como si no, lo cual producía cierta incomodidad. Dejó la funda en el suelo y empezó sacar de ella su vieja guitarra.

-Veo que traes tu guitarra.

-Sí.

-Sólo buscamos un cantante, además es una guitarra española. Nos interesa más el rock.

-Bueno. ¿Qué queréis que cante?

-Mira, ¿conoces esta canción? -Y le hizo llegar una hoja mal impresa con la letra de una canción punki. Era de un grupo cuyo líder había muerto en los noventa por la heroína.

-Claro que la conozco.

-Pues venga. Un, dos, tres, y…

La música, si puede llamarse así a cuatro acordes mal ejecutados, empezó a sonar. Como hacía siglos que no escuchaba la canción, tuvo serias dudas a la hora de entrar. Mientras todos ejecutaban la pieza, pensaba que lo habían descartado nada más llegar.

Empezó a cantar, pero la calidad del micro era tan mala, tocaban tan fuerte y estaban tan metidos en lo suyo, que difícilmente podían escuchar cómo lo hacía. Por su parte, estaba un poco nervioso, pero no lo hizo mal. A medida que la canción avanzaba se iba sintiendo más seguro y, sabiendo que estaba descartado desde el principio, pensó que no perdía nada por disfrutar del karaoke. Así que se dejó llevar y la canción terminó.

-¿Qué tal? ¿Cómo lo veis?

Todos guardaron silencio. Era una condena aquella quietud. No les había gustado, ni siquiera lo habían escuchado. Pero bueno, eso era el mundo: no escucharse unos a otros.

Sacó la guitarra de la funda. Era una vieja española. La enchufó en uno de los amplificadores que había, sin pedir permiso. Por lo menos, la experiencia serviría para tocar un par de canciones delante de desconocidos. Siempre había tocado en su casa.

-¿Os sabéis esta?

Empezó a rasgar la rueda de acordes que se había preparado. Los músicos decían conocer la canción, pero no se animaban a tocarla con él. Mejor. Por lo menos lo escucharían. Tocó y cantó el tema en apenas tres minutos sin mirar qué hacía el resto.

-Bueno -dijo uno de ellos cuando terminó-, pues ya te diremos algo.

Pues ya estaba todo dicho. Pero había venido con el coche de un amigo y tenía que esperarse hasta que terminada la sesión para poder marcharse a su casa. Su amigo lo miraba con una expresión lastimera, como el que dice con los ojos: “Te lo dije, tío”.

Una vez sentado en un rincón de la sala, pudo escuchar al grupo sin la presión de tener que participar en el ruido. El batería era bastante malo. Percutía un ritmo sin fuerza, sin ganas. Ninguno tenía un talento especial. Por lo menos, él se sentía con más gracia, pero qué artista no se cree tocado por los dioses. Y cuando no se sentía así, se autoconvencía.

Como no tenía nada mejor que hacer, cogió una de las cervezas que había en una pequeña nevera. Si le decían algo, se haría el sueco. Pero solo lo miraron con expresión contrariada y guardaron silencio. La gente es cobarde y prefiere urdir sus pequeñas venganzas con argucias. Lo sabía porque lo había visto en todas partes. La vida funciona de esta manera: nadie te respeta hasta que sienten que deben respetarte.

-Pues a mí me parecéis bastante malos, la verdad. No sé si querría tocar con vosotros.

La expresión general cambió. El bajista lo miró con rabia y entró en el trapo rápido.

-Bueno, si no te gusta, ya te puedes ir.

-Tengo que esperar a que termine Arturo. -el amigo que lo había traído al ensayo. -De todas maneras, deberías aprender a encajar las críticas. Tocando así no llegaréis a ninguna parte. He visto millones de grupos de versiones. No tocáis nada vuestro.

-Nosotros solo queremos tocar. -dijo el guitarra solista- Nos importa poco la letra.

-¿Qué grupo que haya llegado a alguna parte conoces que haga esa clase de comentario?

-Tú que sabrás. Primero aprende a tocar lo básico, y luego podrás hablar con nosotros.

-Estoy hasta las narices de la gente como vosotros. No sabéis nada y preferís ignorar vuestra mediocridad patente. No es prepotencia, es simplemente observación. ¿Leéis?

Silencio sepulcral. Mi amigo empezó a recoger su guitarra. El ensayo se había terminado, por lo menos para ellos dos, pues era él quien tenía que llevarlo a casa. Por lo menos no se lo había quedado dentro. Ahora los miraba con una expresión de superioridad, como a seres inferiores, aunque numerosos: esa siempre es su fuerza.

-En fin. Ya os apañaréis, artistas. Que os den por culo. Acordaros de mí al fracasar.

Y salió con la guitarra al hombro. Salió a la calle. El sol había bajado un poco en el horizonte, pero aún era de día y las chicharras seguían con sus canciones. Empezó a liar un cigarrillo en la puerta mientras esperaba a que saliera su amigo. No tenía prisa a pesar de que hacía calor. Estaba en la calle y se sentía a gusto a la intemperie.

Cuando terminó el cigarrillo y empezó a liar el segundo, su amigo salió por la puerta.

-Eres un gilipollas, tío.

-Ya. Ellos también lo son. No harás nada interesante con esta gente.

-No sé cómo he podido traerte. Sabía que te ibas a poner estupendo, como siempre.

-Bueno, teníamos que probar. Pero bueno, al final ha pasado lo de siempre. Imbéciles.

-Tío, creo que deberías abrir la mente. -Estaban en el coche, ventanillas bajadas porque el viejo vehículo no había llegado a la era de aire acondicionado. Ambos fumaban. -Te recomiendo que salgas a ver mundo. Pasas todos los veranos aquí. Trabajas todo el año y lo único que haces es soñar, no llevas nada a cabo. Está bien leer, pero hasta cierto punto. Muchos de tus prejuicios se esfumarían si salieras de tu centro de confort.

 -Salgo de mi centro de confort de lunes a viernes de siete de la mañana a tres de la tarde. Vosotros también deberíais probarlo: un poco de realidad no está mal. Te conecta con el público, con lo real de la vida, con la gente. En el cogollito punk no haréis nada.

-Joder, Felipe, no sé cómo podemos ser amigos. No entiendo como puedes pensar así.

-Ya te lo he dicho antes, pero parece que no escuchas. Me gustaría ir por el mundo haciendo el pobre, pero soy pobre. Tú también lo eres. Los viajes de Instagram son una estafa, ¿no te das cuenta? Gente haciendo lo que les han dicho que hagan para encontrarse. Luego no pueden pasar ni media hora a solas en su casa, con su soledad.

-No vale la pena seguir hablando contigo.

Pasaron el resto del trayecto en silencio, hasta que llegaron al pueblo. El coche se detuvo delante de su casa. Le diría al colega de subir y echar una cerveza: hacer las paces. Pero el orgullo es una frontera demasiado alta a veces, a pesar de ser inútil.

-Oye, Felipe, quiero decirte una cosa.

-Mira, Arturo, soy así, tío. Lo único es que me ha jodido que no me escucharan. Ya se me pasará. Perdona la pataleta, por lo menos no me he quedado con el demonio dentro.

-No es eso. Verás. Quieren que vengas al ensayo el próximo jueves.

-¿En serio?

-Sí, les ha molado la canción que has tocado. La verdad es que es buena, aunque me cueste decírtelo porque eres un prepotente gilipollas. Quieren probar el próximo día.

-No me jodas. No tenía ni idea. Pensaba que me habían descartado.

-Siempre estás adelantándote a las cosas. Fluye, tío, fluye como el viento.

-No me va el yoga y esas mierdas indias. Me pensaré lo del próximo jueves. ¿Una birra?

-Otro día, tío. Tengo cosas que hacer. Pero podemos vernos mañana para ensayar.

-Venga.

-Dame un abrazo, anda.

Subió a su casa y se pasó el resto de la tarde tocando. Por fin tenía una banda. Era feliz.

 

Texto: Ricardo Rodríguez Boceta