#Crónica | Paraíso Festival 2018
A pesar de las fuertes lluvias que ultimaban ese fin de semana para dar un salto cuántico como el que hemos dado al verano sin primavera, el festival Paraíso transcurrió con total formalidad exceptuando la imposibilidad de asistir de uno de sus artistas que venían de Zürich, los llamados Kalabrese & Rumpelorchester debido a un temporal en Europa, y que el suelo del viernes parecía el Woodstock 98.
El festival debutante Paraíso enfocado en la música electrónica y ampliando el abanico de esta para atraer al mayor número de personas posibles, fue una oportunidad para descubrir a gente como Rodriguez Jr. & Liset Alea, suponemos que Rodriguez se encargara de las visuales siendo Liset la artista enfebrecida que movía sus rizos a ritmos frenéticos y sin piedad a lo Laurent Garnier, esto fue en el escenario Paraíso que estaba dedicado a músicos que no fueran Dj e hicieran composiciones.
Otro de los artistas, que pudimos ver, es imposible en un festival ver todo, sea macro o mini festival como este, fue la sesión de Danny L. Hearle con ritmos que semejaban a veces la música del italiano Gigi D’ Agostino y su happy house; sentados estábamos en unas camas de bolas flexibles donde la gente se abalanzaba y desde la cual pudimos escuchar la sesión de uno de los platos fuertes de la noche, Apparat, que pinchó a los islandeses The Knife y su “Silent Shout” en versión ratonera anfetamínica mientras gente bailaba con caretas de cartón con la cara de Rajoy celebrando su alegre y necsaria despedida del Parlamento. Apparat en su versión Dj, como era de esperar fue quien realizó uno de los llenos más absolutos en una de las carpas, mezclaba sonidos de cuerdas de arpa con música dance que convocaban a su tribu.
Jamie Tiller por su parte vino acompañado para realizar su Deep dance, y el Paraíso se fue llenando de fuego con la música de HVOB, uno de los mejores conciertos del festival con batería, teclista electrónico con diversidad de aparatos y que se sumaba a la voz mas un tercer miembro sólo con tecnología. Voces dulces que se sampleaban y se perdían en el espacio – tiempo y en la neblina que aún flotaba en algunas partes de ese viernes congelado y congelante, el volumen de los beats ascendía con sus efectos correspondientes, y el mismo batería también añadía beats, con el instrumento donde nació el beat del techno antes que se sintetizara como una droga.
Y por fin llegó uno de los momentos más mágicos del festival con los islandeses Gus Gus, el que fuera en el pasado una banda electrónica nada menos que de ocho personas, y ahora convertida en dúo con dos de sus miembros fundadores, no ha hecho que vaya en detrimento de la banda, el nivel musical electrónico que ha conseguido Gus Gus de madurez pocas veces lo vemos en una formación que ya lleva 23 años sacando discos. Y que siguen sacando obras maestras y canciones inmortales con la facilidad de una fábrica de chocolate en producir dulces. Y así escuchamos al chamán islandés ataviado con su manta india y convertido en hombre-pájaro bailar por todas partes del escenario y subiéndose sobre los altavoces para espanto de los técnicos, comenzaron los músicos, ( uno de ellos iba vestido con zapatos de tacones, cosa que también hacía el teclista de Astrud en sus principios), con la primera canción de su último l.p. editado este año “Lies Are More Flexible” y su himno místico “Featherlight”, canciones como estas y otras como “Crossfades” son de las que te hacen bailar con una sonrisa satisfecha de principio a fin, y en la que literalmente es imposible parar de moverse, con una música tanto suntuosa como majestuosa, unos ritmos únicos que nos remiten a La Edad de Oro de grandes dúos de la electrónica de los 90, sonidos indescriptiblemente mágicos que solo la música electrónica puede ofrecer. Bird Of Pray, Flying High decía Jim Morrison, y esa era la religion que predicaba el cantante de Gus Gus convertido en Birdman y avivando al público de un lado a otro con cada una de las excepcionales canciones de su repertorio.
Paraíso, con ganas de que se convirtiera en un sitio celestial, tenía zonas de descanso con extrañas pócimas, como la llamada Water Moon, y una nostálgica pero también con mucho de ensueño futurista, sala de Arcade de los 80 y máquinas de realidad virtual donde habían joyitas como el mítico Street Fighter o Pang!, las dos máquinas de realidad virtual con casco incluido, te hacían introducirte, una de ellas, en la posesión de un escarabajo de oro egipcio en una carrera hiperespacial en el que accedías a tubos dimensionales con unas breves descargas de hipervelocidad; la otra máquina te trasladaba a una nave espacial abandonada, tipo Nostromo, en la que caminabas con una angustia real al lado de un cadáver y esperando lo peor, personalmente sufrí vértigos y mareos con la máquina que casi superaba a la propia realidad y te forzaba a hacer movimientos reales.
Magnífico el extraño público que asiste a estos eventos, brujos de tribus del futuro, monjas vestidas de rosa, y gente metida en su propia nave espacial bailando en el sitio menos insospechado, como ya ha dicho alguien por ahí, hubiéramos preferido menos plástico en un festival que se esforzó en ser bastante cómodo a pesar de los baños de los periodistas que eran bastantes desastrosos y con colas enormes, que más que de periodistas parecían de bakalaeros de barrio por como los dejaban.
Resaltable, entre otras cosas, también fue la actuación/sesión de Tako en un escenario con un decorado florido con un agujero con un cielo dentro como fondo, música de estilo electrónica, variopinta, muy rítmica y con onomatopeyas tribales.
Ahora vamos a saltar sobre una tierra endurecida porque ya había pasado la estación de las lluvias y nos quedamos en la noche del sábado, lamentando terriblemente no poder haber asistido al indie tribal y salvaje de las artistas de la 4AD, Tune- Yards, y viendo la actuación del francés adolescente, Petit Biscuit, creativo artista subido a un podio de aparatos electrónicos y percusiones tanto eléctricas como físicas, con unas visuales espectaculares en plan John Carpenter meets David Lynch On Acid por momentos, y totalmente sincronizadas. Golpeando sus baquetas sobre una batería electrónica, y subido en su altar rodeado de juegos de luces, al público le gustó la música moderna de un chaval que aún no ha podido desprenderse de la música trap-dance de su generación pero que deja vislumbrar un futuro increíble con los giros maduros que mostraba con su sonido y su férrea y novedosa puesta en escena en la que miraba fríamente a su público bajo la oscuridad del escenario.
Cambiando de escenario, y visitando uno que se llama Manifesto, vimos la sesión house-funk con música negra setentera de Dekmantel, del Escenario Club vimos y oímos el techno cañero de Floating Points con sus subidas y sus bajadas intermintentes y recíprocas. Otro espacio mágico creado para la situación en el festival fue el de una enorme sala circular con paneles electrónico-futuristas que incitaban a un saludable viaje interestelar sin los precios astronómicos, nunca mejor dicho, que conllevaría tal viaje.
Y volvimos al escenario grande para ver a una de las Dancing Queens de la historia de la música, la ex vocalista de Moloko, Róisín Murphy, “Demon Lover” u “All My Dreams” fueron algunos de los temas que la carismática cantante cantó con esa voz de negra-blanca que le caracteriza, la chispa que suelta la vocalista la mostraba con un don de gentes en el que tenía a todo el público ganado nada más pisar el escenario, bailando con la facilidad de un muñeco, cambiándose de gafas, y de ropas extrañas y divertidas continuamente, cualquiera de sus movimientos propiciaba un subidón de energía al público que la aclamaba. Pidió disculpas al principio Murphy con tono de complicidad porque decía que tenía un show muy complicado preparado, motivo más que suficiente para excitarnos más todavía, gafas de robot, guante de cantante de jazz, un bolso con un muñeco plateado colgado al hombro, ni Harpo Marx usaba tantos disfraces.
I Want You y I Like You le cantaba la señorita Murphy al muñeco que sacó de su bolso y con el que terminó bailando, también cantó y bailó con un esqueleto sin cabeza ni piernas en un escenario que parecía una oficina de objetos perdidos con pechas colgadas por todos lados con ropa. La actuación terminó con una versión del gran hit de Moloko “Sing It Back” con imágenes de su vídeo “Exploitation” de fondo.
La última actuación a la que asistimos fue la de Damian Lazarus & The Ancient Moons, bajo tan bello nombre, vimos la actuación de un Dj con sombrero de ala ancha de mago y barba, sí, como el cura de Polstergeist 2, un vocalista con un shaker, en la que las voces reales se mezclaban con voces pregrabadas y en la que hasta el Dj hacía coros.
Y este ha sido un no tan breve resumen en un festival que acaba de empezar con muchas ganas y que promete traernos muchas sorpresas a nuestros inquietos y endiablados corazones. ¡Larga vida a Paraíso!.
Texto: Sebensuí A. Sánchez
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