Relatos de una mente perturbada | Capítulo 1: The Rolling Stones
No recuerdo por quien ni cómo me enteré de que venían los Rolling Stones a Madrid, a dar su “última gira”. Por aquel entonces yo trabajaba en uno de los mejores despachos de abogados en la decimoquinta planta de la Torre Picasso. La Coca Cola se había convertido en el sustituto de la cocaína y los botes de gomina aguardaban momentos mejores que les vieran otra vez renacer. Estábamos en plena campaña de la renta y los Stones tocaban el día de cierre de la misma, lo cual implicaba quedarse a trabajar hasta las 4 de la mañana. Compré dos entradas, una para mi y otra para mi hermano que venia desde Canarias para tan magno evento. El concierto empezaba a las 21:30h de la noche y ya eran las 19:00h. Que uno se vaya a un concierto el día del cierre de la campaña, no sólo no estaba muy bien visto, sino que era consciente que aquello me iba a acarrear duras represalias, descontando las miradas inquisidoras de mis compañeros.
Alcé mi vista entre los papeles, y pude ver como todos estaban absortos con mirada alucinada comprobando extractos bancarios. Solo podía oír aquellas infernales teclas golpeando como en una canción acompasada, al ritmo de la fotocopiadora que escupía papeles a ritmo febril. La maquinaria funcionaba a la perfección y yo era una pieza innecesaria para todo aquel engranaje perfectamente engrasado. Me levanté de mi silla, cogí mi chaqueta y comencé a caminar dirección a la salida, a través del pasillo flanqueado por los despachos de los jefes. Nadie se estaba percatando, bien Johny bien! Era una huida magistralmente orquestada, impune ante aquellos zombies adictos al trabajo que tenía por compañeros, hasta que escuche la voz de mi jefa decir:
-A donde vas?
Retrocedí dos pasos y le dije con solemnidad:
– Al concierto de los Rolling Stone
– Ah que tocan hoy!!??- exclamó.
– Si, en el Calderón.
-Pero Juan hoy es el cierre!!
-Lo sé.
– Venga anda vete, y no bebas mucho!!
Dicho y hecho, salí corriendo a coger el metro. Tenía dos horas y media para llegar a mi casa, quitarme el traje de Clark Kent, beberme una botella de ron entre mi hermano y yo y llegar al Calderón. Cuando llegué a mi apartamento ya estaba mi hermano con nuestra amiga Lynn, originaria de Manchester City, y mi hermana bajándose la botella. Me bebí tres tragos de golpe y me puse a la altura rápido preparados para adentrarnos en la gran noche madrileña. En el metro seguimos bebiendo, al son de los cánticos eufóricos de la hinchada Stoniana. Todo el maldito metro iba lleno de borrachos desgarrándose su vida en una canción, al grito de I Can´t Get Know, Satisfaction. Era yo, o todo el mundo estaba colocado en aquel vagón hasta las cejas?. La gente se pasaba botellas y porros de maría unos a los otros, entre señoras mayores con el cesto de la compra y a las cuales no parecía disgustarles toda aquella exposición de espontaneidad vital. No sé si se contagiaron de la alegría del momento o de los efluvios de los humos psicotrópicos suspendidos en el ambiente, pero una de ellas se puso a bailar y todo el vagón aplaudió al unísono. En cualquiera de los casos, aquel tren desprendía una euforia incontenible, como una gran hoya mecánica a presión a punto de reventar. Podía sentir aquel vagón respirar, henchirse a cada paso, con cada estación, deseando llegar a su destino y vomitar toda aquella exposición de éxtasis contenido……..
Texto: J. Desbor
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