The Strypes | Salto (a)temporal
Alguna vez os habéis preguntado (esto, sobretodo para aquellos que hemos nacido ya pasada la época en cuestión) lo que sería vivir un concierto en los años sesenta? Cómo sonaría hoy en día un Elvis Costello, un Dr. Feelgood y hasta unos Beatles en directo? No, muy a nuestro pesar, aún no existen máquinas del tiempo que puedan llevarnos décadas atrás para vivir ese tipo de conciertos. Lo que sí tenemos son algunas bandas y artistas actuales que se acercan, en medida de lo posible, a ese blues y rock’n’roll nostálgico que tanto cuesta recrear. The Strypes son, sin lugar a dudas, uno de estos casos. El cuarteto irlandés consigue recrear un rock vintage prácticamente calcado de los grandes artistas sesenteros (armónicas incluidas), sin en ese proceso perder su estilo fresco, nuevo y puramente personal. Y desde Madafackismo, hace unas semanas pudimos verlos en plena acción y comprobar acercarnos a esa experiencia nostálgica.
El domingo 4 de febrero The Strypes cerraron su gira europea con un explosivo concierto en la sala [2] Apolo de Barcelona. La gira de presentación de su tercer disco, Spitting Image (2017), ya había pasado durante ese fin de semana por Bilbao y Madrid y ahora llegaba a su fin en la ciudad condal.
Cuando el grupo, que con apenas quince años ya estaban teloneando a los Arctic Monkeys por Europa, anunció su vuelta a nuestras salas, esta vez con gira propia, traía grandes expectativas. Pero hace un par de meses, cuando la sala barcelonesa anunció que el concierto, inicialmente previsto para la sala principal de Apolo, se trasladaba a la sala secundaria, muchos se temieron lo peor: que en un domingo frío y lluvioso de febrero, la cuota de asistencia no fuese tan alta como estaba previsto.
Entrar en la sala pasada la hora de apertura de puertas y encontrar apenas dos filas de público, la mitad de los cuales éramos acreditados de prensa, parecía confirmar el mal pronóstico. Pero lo que inicialmente parecía que iba a ser un show íntimo sin demasiado ambiente se convirtió en un festín de energía desde el momento en el que las luces se apagaron, y tanto banda como público se dejaron la piel en cada nota.
De entrada, el encargado de calentar motores fue Max Meser, cantautor catalano-holandés que adopta desde los estilos más nostálgicos (The Velvet Underground, Beatles) hasta los más nuevos (Franz Ferdinand). Canciones como Hard To Say, Love o See The Light sorprendieron muy gratamente al público, que aplaudía animadamente los riffs de guitarra. Su sonido, un rock old-school demoledor con mucha riqueza instrumental, preparó perfectamente para lo que estaba al caer: una tromba de energía joven capaz de revivir el rock más clásico.
Cuando The Strypes aterrizaron al escenario con Rollin’ and Thumbin’, una versión de Hambone Willie Newbern. Con esto dejaron claro que este no iba a ser un concierto de presentación de disco cualquiera. Esto lo confirmó la siguiente canción de la lista, Eighty Four, un temazo de su segundo LP Little Victories que no apenas tocan en directo y que se lució con una calidad superior a la del estudio.
En ese sentido, sorprendió que no tocaran tantas canciones del disco que presentaban, Spitting Image, como de costumbre. De hecho, se limitaron a cuatro canciones: (I Need A Break From) Holidays, Black Shades Over Red Eyes, y los singles Behind Closed Doors y Great Expectations. Estos dos singles en directo se convirtieron en uno de los grandes momentos de la noche, con una energía electrizante y apoyo incondicional del público, que se atrevió a gritar a pleno pulmón los estribillos.
A falta de la mayoría de canciones del último disco, fue Snapshot el verdadero protagonista de la noche. El primer disco de los irlandeses fue tocado casi en su totalidad aquella noche, para la grata sorpresa de sus fans más fieles. Y entre los muchos temazos de Snapshot que incluyeron en el setlist habría que destacar el momento más místico de la noche: la melancólica Angel Eyes.
No hay palabra más adecuada para resumir el concierto que terremoto. Desde el primer minuto hasta el último, la banda no paró de moverse y lanzar una bomba de relojería tras otra. Mientras Josh McClorey, el guitarrista, se subía al ampli con atrevimiento, Pete O’Hanlon (bajo) brincaba cual cabra salvaje por el escenario, Evan sudaba mares en la batería y Ross (quizás el más tranquilo), jugaba con la base del micro cual líder carismático.
Parecía que nunca se cansaban, que siempre tenían energía para otro tema rápido más. Por eso en este contexto, la tranquilidad e intensidad que proporcionó la balada Angel Eyes supuso un oasis en medio de esa tormenta de rock, un momento apoteósico que nos dejó convivir, durante cuatro minutos, entre sinuosas guitarras, armónicas, panderetas, bajos y baterías.
Para rematar, The Strypes lanzaron traca final de la noche con algunos de sus temas más conocidos: Scumbag City Blues, Get Into It, Heart Of The City y la ya mítica Blue Collar Jane, canción con la que siempre cierran y que fue coreada hasta el infinito, haciéndolos abandonar el escenario como reyes.
No cabe duda que, vista la capacidad que tienen estos cuatro jóvenes de montar un espectáculo y hacernos viajar en el tiempo, las dimensiones del concierto en Barcelona supieron a poco para un público que (aunque reducido) tenía ganas de más. Aún así, otorgaron un toque intimista al concierto que hoy en día, pocas bandas de éxito se pueden permitir, y que da mayor autenticidad al rock, algo que nunca está de más.
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