Primavera Club 2017 | El arte de saber apostar
Otro año más, la llegada del otoño no implica poner punto y final a la época de festivales. De hecho, a veces el otoño sirve para echarle un vistazo a los artistas que quemarán pistas en los festivales de verano. Ésta es la propuesta del Primavera Club, el hermano pequeño del Primavera Sound encargado de guiarnos a través de futuras promesas del género indie.
El fin de semana pasado, la Sala Apolo de Barcelona fue anfitriona, un año más, del Primavera Club. Desde el viernes hasta el domingo, un grueso de casi cuarenta grupos se turnaron para llenar la sala de melodías y ritmos, y desde Madafackismo Underground os ofrecemos una breve ruta por algunas de las propuestas de esta edición del festival.
Caía el sol del viernes cuando FAVX y Aloha Bennets inaguraban los dos escenarios de Apolo. Y aunque programa del viernes quedó, quizás, eclipsado en comparación con la selección de artistas del sábado y el domingo, tuvimos la oportunidad de descubrir alguna que otra joven promesa. La girlband Girl Ray fueron, sin lugar a dudas, uno de los conciertos destacados del viernes. El terceto de Londres ofreció un directo dulce, pero con carácter, en el que bajo y guitarra se iban fundiendo sucesivamente con las vocales aterciopeladas de Poppy Hankin, creando ondas cautivadoras y ganándose efusivos aplausos del público.
Por supuesto, esto no fue más que un calentamiento, y el sábado encontramos más platos fuertes. El mayor de ellos, quizás, fue Yellow Days. Con sólo dieciocho años, George van den Broek, voz y mente de Yellow Days, consigue un cruce perfecto entre el underground de King Krule y la psicodelia de Mac DeMarco que no deja a nadie indiferente. Si a eso le sumamos una voz grave y profunda que se creció aún más en directo, fue imposible salir de la 2 de Apolo sin pensar que Yellow Days tiene todo un futuro por delante.
Sobre la misma hora, en la sala principal, alguien mucho más consolidado tomaba el escenario. Amber Coffman, ex-guitarrista y vocalista de Dirty Projectors, ofreció un concierto desenfadado, fresco y repleto de melodías noventeras. Se trataba de uno de sus primeros conciertos en solitario, presentando su trabajo individual City Of No Reply, y aunque no hizo nada del otro mundo, sí ofreció un concierto ameno y bailable, explorando un sonido que teletransportó al público a esas bandas sonoras de las películas de instituto americano. Aquellas en las que ves cierto toque cliché, pero que aún así te acabas quedando hasta el final, a ver qué pasa.
Coffman acababa, y en el piso de abajo ya resonaban las primeras guitarras de Vulk, un estilo infinitamente más duro comparado con el synth-folk de la cantautora. Retomando la más estética grunge, de canto protesta y distorsión instrumental, el directo de Vulk nos transportaba al movimiento punk de lleno. Si encima tenemos en cuenta los bizarros movimientos de su vocalista en el escenario, que nos hacían dudar si intentaba hacer competencia a Samuel Herring de Future Islands o si llevaba una notoria cantidad de substancias desconocidas en el cuerpo, el concierto se podría definir por cierto surrealismo, aunque también una innegable energía.
Algo mucho más calmado fue el concierto de Gabriel Garzón Montano. Únicamente acompañado de un teclado y sintetizador, el solista contagió a toda la sala con su peculiar estilo, una mezcla de synth-pop y R&B recuerda a ratos a Frank Ocean o a Drake, y que crea un ritmo difícilmente resistible. Pese a eso, algunas de las canciones resultaron monótonas pasadas el minuto, y no fue hasta pasados los primeros veinte minutos del concierto que los ritmos empezaron a ser más consistentes y el público se lanzó a la pista. Él no iba a ser menos, y por eso tampoco dudó en levantarse del asiento, interactuar con el público y animarlos a bailar y hacer coros, una apuesta sumamente arriesgada cuando eres una joven promesa, pero que a él le funcionó, y además hizo que uno saliera del concierto con una gran dosis de energía positiva bajo el brazo.
Y si el sábado destapó unos cuantos diamantes en bruto, el domingo no se quedó atrás. Arrancamos en la sala principal con Intana, el grupo encabezado por la cantautora catalana Núria Moliner, que ofreció un breve pero relajante concierto con raïces folk y un sonido envolvente.
Pero fueron Happy Meals los verdaderos ganadores de la noche. El dúo electrónico de Glasgow llegó para arrasar con lo que se ha convertido en otro de los momentos estrella del Primavera Club. Tras la mesa de mezclas, Lewis Cook creaba las melodías más brillantes, y al micrófono, la misteriosa y magnética Suzy Rodden enamoraba al público con sus vocales oníricas. Su show ecléctico y sensual parecía salido de otro planeta. Cubierta en una túnica negra, Rodden avanzaba entre la multitud con la mirada perdida y desafiante. Subida encima de la barra del bar, estirada en el suelo, apoyada en la barandilla del palco o sencillamente en el borde del escenario, no había parte de Apolo [2] que se resistiera a Rodden, quien tan frecuentemente abandonaba a su compañero de escenario para montar lo que más bien parecía una performance con los asistentes. La electrónica mística de Happy Meals ganó decenas de fieles la noche del domingo, y seguramente los seguirán ganando durante los próximos años, así que no hay que perderlos de vista.
La noche se despidió con dos grandes pelotazos: los de Low Island y Superorganism, dos de las actuaciones más esperadas del cartel. Low Island, un cuarteto de Oxford, destapó su sonido electrónico, con toques más indie rock, que a veces se asimilaba al sonido de Foals, también de Oxford. Y si bien el directo fue simple y sobrio, el sonido limpio e hipnótico sí conquistó a los asistentes. Superorganism, en cambio, buscó arriesgar. Con un escenario repleto de pantallas enormes y la joven Orono encabezando la banda (en efecto, sólo tiene diecisiete años) Superorganism desataron su oda al artificio. Un directo colorido y a la vez fresco junto a todo un espectáculo visual con toques kitsch, algo que o bien te atrapa o bien acaba resultando totalmente excesivo y cliché. De hecho, entre el público se podía distinguir esta creciente polarización, y los había que miraban con asombro, mientras que otros miraban completamente atónitos y confusos. Pero si hay algo en lo que hubo unanimidad fue en que en tanto que innova, llama la atención, y en este tipo de festivales llamar la atención es, sinceramente, un punto a favor.
La noche llegaba a su fin, pero muchos de estos artistas no han hecho más que empezar. Quizás en unos años los tendremos encabezando grandes festivales, o quizás desaparecerán en el mar de novedades musicales; pero el Primavera Club ya ha hecho sus apuestas y, hasta la fecha, no parecen ser de los que fallan.
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