Reportaje – Mi Experiencia Estética
Anoche salí a pasear, y en un suspiro tropecé con el Jardín de las Calaveras. La puerta era muy alta, de madera de Roble desgastada; por las lluvias, por el paso del tiempo. Una gruesa verja, se extendía alrededor de todo el perímetro y los incontables cipreses que reinaban el jardín, dando sombra, creando ambiente.
Me apresuré a entrar, olía a flores secas, perfumadas. Pequeños senderos se abrían en todas direcciones: calzadas estrechas, con pequeños baches y algunos tramos de escaleras. Animalitos sobrevolaban el lugar. Unos pequeños y juguetones que se colaban entre las hojas de los dormidos cipreses, mordisqueaban sus ramas, las agitaban. Y entonces todos se despertaban y rugían con el viento cuando los enanos voladores salían disparados y revoloteaban un instante para volver a caer en otra rama. Los murciélagos del jardín.
El sendero que escogí era laberíntico, sin embargo, nada consiguió distraerme, no sentí miedo, la música me acompañaba. Sonaba un antiguo tocadiscos, de los que suenan en trompa de elefante, de los de salón elegante. Un bajo y un piano, y una voz potente, digna de una Diva del Soul.
Efectivamente, tras dar mil vueltas, ansiosa por descubrir el orígen de la melodía, llegue al banco de Amy. Allí estaba ella, robándole manzanas al árbol de la Ciencia, con sus ajustados pantalones negros, su camiseta de lencería, su abultado pelo azabache; pero esta vez descalza, porque los fantasmas no usan zapatos. Su carácterístico bolso todavía la acompañaba, en él guardaba cientos de papeles, largos unos y otros con forma de ele. A su lado, en el banco, numerosas bolsitas, delicadas y con cierre de plástico, con los ingredientes. Estoy casi segura de que era vegana, siempre lo hacía verde, aderezado de magia.
El tocadiscos estaba en el suelo, sonando alto: “I did it my self like I knew I would, I told you I had this problem and you know that I’m no good”. Ella pudo verlo venir y aquello terminó por llegar, no supo hacerlo bien. Ahora se alojaba en el jardín. Más bien estaba presa, todavía no se podía ir. Su hora no ha llegado, aún sigue viva, y lo estará hasta la eternidad.
Su voz marcaba el ritmo de cada uno de sus pasos, inmortalizándolos, extendiendo su existencia. “Back to Black”sin parar de sonar, a diferencia de la canción del verano; de la basura comercial que todo el mundo insiste en escuchar, con sus insípidas letras y la pegadiza melodía de calidad incluso ofensiva, Amy era inmortal.
Pude ver que las cosas no habían cambiado para ella, excepto que el reloj no le daba más tiempo. Algún día nos pasará a todos, que necesitaremos “ese tiempo que otros dejan abandonado, porque les sobra o ya no saben qué hacer con él [..] tiempo para mirar un árbol, un farol, para andar por el filo del descanso, para morir un poco y nacer enseguida” , Mario Benedetti decía. Para luchar contra eso, ella tiene su voz guardada en infinitas cajitas. Y su recuerdo jamás lo borrará el tiempo.
Visitar a Amy fue mi más sublime experiencia estética. La suspensión de mi percepción del tiempo-espacio cotidiano me reunió con la Señorita Winehouse y sus nubes de humo. Ellá bailó para mí, su voz excitó mis sentidos y yo floté en sus nubes del Jardín de las Calaveras.
La noche se hizo muy corta, el rocío ya comenzaba a empañar las hojas y entonces decidí marcharme. Amy le dió una última calada al cigarrillo, agachó la cabeza, pronunció en silencio el último verso de la canción y apagó el tocadiscos. Caminó tres vagos pasos y por último, lanzó la colilla contra el cemento en el que alguien había grabado:
“Amy Jade Winehouse, London, 14th September 1983 – 23rd July 2011”.
Texto: Marina San Salvador (@marinasansalva)
Ilustración: Sebastian Blanchet (@blanchetsebas)
Debe estar conectado para enviar un comentario.